Cuando no eres tú quien toma la decisión, inmediatamente te posicionas en la situación de incredulidad: ¿Cómo es posible que alguien que antes de ayer me decía que me quería, me retire ahora todo su afecto? ¿Qué he hecho yo para esto? ¿Qué es lo que no le gusta de mí que le ha hecho llegar a la conclusión de que ya no me aguanta?. “No puede ser, volverá y me pedirá perdón. ¿O no?”.
Normalmente ese tipo de preguntas se quedan sin respuesta y solamente podemos respondernos a nosotros mismos qué es lo que deseamos. ¿Qué deseo que ocurra a partir de ahora para mí, para mi propio beneficio?. Responderse a uno mismo duele y llega la culpabilidad. Es el momento de quitarse la venda de los ojos y admitir la realidad. De no culpar al otro pues es imposible entender con objetividad lo que le ocurre o piensa y mucho menos culparse a uno mismo porque a poco maduro que se sea, seguramente habremos actuado lo mejor posible al propio juicio.
He optado por quitarme la venda de los ojos y entender que la frase “el amor es ciego” es tan cierta como que estoy vivo. Me entristece, sí, pero la tristeza es una emoción natural y sana que alguna vez nos acompaña a todos en la vida y sin ella ¿cómo podría distinguir la alegría?.
Me da pena darme cuenta lo lejos que quedan ahora los buenos momentos, las promesas y los planes de futuro. Me da pena darme cuenta cuán ciego estuve y lo equivocado que estaba pero me auto perdono porque uno no puede ver lo que no le muestran, así que tampoco puedo culparme por haber bajado la guardia y haber puesto mi confianza en alguien que quizá más que no merecerla, simplemente, no la valoraba.
Levanto asi mi ancla y pongo rumbo a nuevos mares. Al océano que soy yo mismo y que está lleno de amor por la vida y la belleza de las pequeñas cosas.
(By: Lerson Rafael Twitter: @Nosrel)
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